Mi nombre es Bond, James Bond
¿Qué es Bond? Fantasía, la
posibilidad de viajar por el mundo, ser cool y no morir en el intento, mostrarse
como un ganador y vivir en torno a objetos deseables en donde los malos son,
casi siempre, espectacularmente demenciales. En 50 años generaciones de público
han sido acompañadas por seis James, algunos más emblemáticos que otros. El primero
fue Sean Connery, quién dibujó los primeros trazos de una leyenda. Hasta hoy es
la marca Bond, el prestigio, la nostalgia, el ritmo y la entonación precisa.
Después vino el paréntesis Lazenby, el único Bond que se casó. No lo hizo mal,
pero no pudo despegar porque la sombra de Connery estaba muy fresca a fines de
los 60´.
Vinieron más sorpresas porque después
del estilo sofisticado que se inició, principalmente, con el director Terence
Young (Dr. No, De Rusia con Amor y Operación Trueno), se produjo un vuelco total
hacia la figura ligera y cómica de Roger Moore. El ex Santo lo hizo bien y tuvo
muchos adeptos, pero en sus últimas incursiones como el agente 007 todo era
demasiado bufonesco. Además, con 57 años en 1985 la franquicia del hombre de
los Martini secos –agitado no revuelto- perdió credibilidad. Igual se le
perdonó su incursión en “A View to a Kill” (En la Mira de los Asesinos), pero fue
más que nada por Max Zorin, el villano de turno que encarnó con habilidad Christopher
Walken.
Eran los 80´ y se necesitaba un
cambio y que mejor que a través de un actor shakespereano, uno que podría
devolver credibilidad a un personaje que se estaba quedando sin Guerra Fría.
Timothy Dalton tenía potencial, si bien proyectó una imagen excesivamente
existencialista. De este modo, la saga Bond empezó a tener los días contados y
en 1989 bajó el telón en forma bastante discreta. Mientras tanto la industria
del cine mutó. Arribó la pirotecnia, la dinámica de los grandes estudios, el
cine independiente se tomó las salas de cine y el mito de 007 sucumbió a
problemas contractuales. Fue el silencio más largo, pero en 1995, tal cual ave
fénix, el fiel servidor de la Reina Isabel retornó con el look de Pierce Brosnan.
Lo extraño es que fue un actor al que siempre quisieron para el rol de 007, lo
que no se pudo concretar antes por las obligaciones con el “cuasi Bond
televisivo” de la serie “Remington Steele”. La paciencia rindió frutos y la
Walther PPK se escuchó fuerte en “Goldeneye”. Se revitalizó la saga y la
publicidad de cientos de productos, por medio del placement, capitalizó cientos
de millones de dólares.
Sin embargo, ciertos productores consideraron
que Brosnan estaba envejeciendo y lo obligaron a retirarse de manera prematura
y algo deshonrosa. La primera década del siglo XXI necesitaba, o exigía, un
cambio radical. Hubo rumores, miles de ellos. James Bond era más codiciado que
nunca. Incluso, un cantante pop se atrevió a decir que era la persona apropiada
para proteger a Inglaterra y, por qué no, al resto del mundo también. Gracias a
Dios primó la cordura y Daniel Craig se transformó en el primer Bond rubio y de
poca altura. Debutó a lo grande con la vertiginosa “Casino Royale”. Las dudas
que hubo en torno al nuevo actor se acabaron con los resultados de las
boleterías. Hoy James Bond es más duro, sufrido, un ser mentalmente perturbado que
se la juega en secuencias de acción claramente influenciadas por la trilogía de
Jason Bourne. Sin embargo, la segunda prueba -Quantum of Solace- fue un
proyecto fallido que terminó con el descalabro financiero de la Metro Goldwyn
Mayer.
Pasaron cuatro años y llegamos a
la celebración de los 50 años de Bond con "Skyfall", filme a cargo de Sam Mendes -director ganador del Oscar por “Belleza Americana”, quien contra todos los pronósticos
logró orquestar un filme vertiginoso y que mezcla, como si se tratara de una coctelera,
varios elementos claves de la saga. No sé si la película número 23 del agente
secreto sea la mejor, pero sí tengo claro que es un producto muy entretenido, el que cuenta con
las promesas usuales de la saga. Craig cumple en una entrega algo extensa, pero
que tiene cierta profundidad y cambios interesantes junto a un Bardem sobreactuado,
pero alucinante (acaso no lo era también el guasón de Jack Nicholson en Batman).
Estamos ante un Bond que mira
hacia el pasado, pero que también comprende las necesidades de los nuevos
tiempos. Por ahí leí unos comentarios que señalaban que “Skyfall” perdió
elementos de la franquicia. Lo curioso es que cuando Bond era más Bond que
nunca, las críticas negativas llovían. Por favor, ¡evitemos comentarios contradictorios!
El 007 de Craig es un hombre en evolución, con atribulaciones y varios demonios,
lo que se agradece. Lógicamente, en el último filme se sienten ciertas
pérdidas, entre ellas, la influencia de las chicas Bond. Pero también hay
ganancias para el público, en especial para las nuevas generaciones que están
recién familiarizándose con el mítico agente secreto y la inolvidable partitura
del compositor John Barry.
“Skyfall” es una buena
celebración de aniversario, una que vaticina más películas para una franquicia
que es parte esencial de la cultura popular. La fui a ver con mi viejo, quien
estuvo en el estreno de Dr. No a principios de los 60´ en Chile. Al término de “Skyfall”
mi papá estaba feliz y se acordó de las películas más antiguas de 007, además
de las que fue a ver con mi hermano en los 70´. Yo también estaba contento
porque me acordé de cada una de las películas del agente británico, en especial
las de Connery y de Moore que descubrí en VHS allá por los ochenta. También
vino a mi mente el estreno de “Goldeneye” con mi propio hermano en 1995. Eso es
Bond hoy, un encuentro cinematográfico generacional en torno a bonitos
recuerdos entre abuelos, padres, hijos, hermanos y nietos.
1 comment:
Excelente comentario.
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