Friday, November 02, 2012


Mi nombre es Bond, James Bond

¿Qué es Bond? Fantasía, la posibilidad de viajar por el mundo, ser cool y no morir en el intento, mostrarse como un ganador y vivir en torno a objetos deseables en donde los malos son, casi siempre, espectacularmente demenciales. En 50 años generaciones de público han sido acompañadas por seis James, algunos más emblemáticos que otros. El primero fue Sean Connery, quién dibujó los primeros trazos de una leyenda. Hasta hoy es la marca Bond, el prestigio, la nostalgia, el ritmo y la entonación precisa. Después vino el paréntesis Lazenby, el único Bond que se casó. No lo hizo mal, pero no pudo despegar porque la sombra de Connery estaba muy fresca a fines de los 60´.

Vinieron más sorpresas porque después del estilo sofisticado que se inició, principalmente, con el director Terence Young (Dr. No, De Rusia con Amor y Operación Trueno), se produjo un vuelco total hacia la figura ligera y cómica de Roger Moore. El ex Santo lo hizo bien y tuvo muchos adeptos, pero en sus últimas incursiones como el agente 007 todo era demasiado bufonesco. Además, con 57 años en 1985 la franquicia del hombre de los Martini secos –agitado no revuelto- perdió credibilidad. Igual se le perdonó su incursión en “A View to a Kill” (En la Mira de los Asesinos), pero fue más que nada por Max Zorin, el villano de turno que encarnó con habilidad Christopher Walken.

Eran los 80´ y se necesitaba un cambio y que mejor que a través de un actor shakespereano, uno que podría devolver credibilidad a un personaje que se estaba quedando sin Guerra Fría. Timothy Dalton tenía potencial, si bien proyectó una imagen excesivamente existencialista. De este modo, la saga Bond empezó a tener los días contados y en 1989 bajó el telón en forma bastante discreta. Mientras tanto la industria del cine mutó. Arribó la pirotecnia, la dinámica de los grandes estudios, el cine independiente se tomó las salas de cine y el mito de 007 sucumbió a problemas contractuales. Fue el silencio más largo, pero en 1995, tal cual ave fénix, el fiel servidor de la Reina Isabel retornó con el look de Pierce Brosnan. Lo extraño es que fue un actor al que siempre quisieron para el rol de 007, lo que no se pudo concretar antes por las obligaciones con el “cuasi Bond televisivo” de la serie “Remington Steele”. La paciencia rindió frutos y la Walther PPK se escuchó fuerte en “Goldeneye”. Se revitalizó la saga y la publicidad de cientos de productos, por medio del placement, capitalizó cientos de millones de dólares.

Sin embargo, ciertos productores consideraron que Brosnan estaba envejeciendo y lo obligaron a retirarse de manera prematura y algo deshonrosa. La primera década del siglo XXI necesitaba, o exigía, un cambio radical. Hubo rumores, miles de ellos. James Bond era más codiciado que nunca. Incluso, un cantante pop se atrevió a decir que era la persona apropiada para proteger a Inglaterra y, por qué no, al resto del mundo también. Gracias a Dios primó la cordura y Daniel Craig se transformó en el primer Bond rubio y de poca altura. Debutó a lo grande con la vertiginosa “Casino Royale”. Las dudas que hubo en torno al nuevo actor se acabaron con los resultados de las boleterías. Hoy James Bond es más duro, sufrido, un ser mentalmente perturbado que se la juega en secuencias de acción claramente influenciadas por la trilogía de Jason Bourne. Sin embargo, la segunda prueba -Quantum of Solace- fue un proyecto fallido que terminó con el descalabro financiero de la Metro Goldwyn Mayer.

Pasaron cuatro años y llegamos a la celebración de los 50 años de Bond con "Skyfall", filme a cargo de Sam Mendes -director ganador del Oscar por “Belleza Americana”, quien contra todos los pronósticos logró orquestar un filme vertiginoso y que mezcla, como si se tratara de una coctelera, varios elementos claves de la saga. No sé si la película número 23 del agente secreto sea la mejor, pero sí tengo claro que es un producto muy entretenido, el que cuenta con las promesas usuales de la saga. Craig cumple en una entrega algo extensa, pero que tiene cierta profundidad y cambios interesantes junto a un Bardem sobreactuado, pero alucinante (acaso no lo era también el guasón de Jack Nicholson en Batman).

Estamos ante un Bond que mira hacia el pasado, pero que también comprende las necesidades de los nuevos tiempos. Por ahí leí unos comentarios que señalaban que “Skyfall” perdió elementos de la franquicia. Lo curioso es que cuando Bond era más Bond que nunca, las críticas negativas llovían. Por favor, ¡evitemos comentarios contradictorios! El 007 de Craig es un hombre en evolución, con atribulaciones y varios demonios, lo que se agradece. Lógicamente, en el último filme se sienten ciertas pérdidas, entre ellas, la influencia de las chicas Bond. Pero también hay ganancias para el público, en especial para las nuevas generaciones que están recién familiarizándose con el mítico agente secreto y la inolvidable partitura del compositor John Barry.

“Skyfall” es una buena celebración de aniversario, una que vaticina más películas para una franquicia que es parte esencial de la cultura popular. La fui a ver con mi viejo, quien estuvo en el estreno de Dr. No a principios de los 60´ en Chile. Al término de “Skyfall” mi papá estaba feliz y se acordó de las películas más antiguas de 007, además de las que fue a ver con mi hermano en los 70´. Yo también estaba contento porque me acordé de cada una de las películas del agente británico, en especial las de Connery y de Moore que descubrí en VHS allá por los ochenta. También vino a mi mente el estreno de “Goldeneye” con mi propio hermano en 1995. Eso es Bond hoy, un encuentro cinematográfico generacional en torno a bonitos recuerdos entre abuelos, padres, hijos, hermanos y nietos.       

1 comment:

Anonymous said...

Excelente comentario.