Es imposible resistirse a
comentar cualquier filme de Polanski y eso se debe a que es un director que aún
está en forma después de íconos cinematográficos de la escala de “Chinatown” o “El
Bebé de Rosemary”. “Carnage”, su último trabajo adaptado de la obra homónima de
Yasmina Reza, es una comedia negra sobre la mezquindad humana y el tedio que
abunda en casi todas las parejas. Una disputa entre los hijos de dos
matrimonios sirve de excusa para desnudar las nimiedades humanas en torno a la
hipocresía, la amoralidad disfrazada de buenas intenciones y los
comportamientos erráticos de una sociedad, cuyos habitantes viven insatisfechos
y prisioneros de los convencionalismos del “buen vecino”. Sin embargo, Polanski
se las arregla para mostrar lo que realmente pensamos cuando nos enfrentamos a
un encuentro social o bien, en este caso, a una reunión entre cuatro padres que
tratan de imponer sus criterios sobre lo que es plausible o condenable.
Durante casi 80 minutos, Polanski
nos muestra la ferocidad que se produce a partir de una discusión civilizada
que poco a poco deriva hacia suspicacias y confesiones dolorosas, pero que no
hacen más que mostrar la intolerancia que perdura en toda relación humana.
Pareciera ser que el director de “El Pianista” disfruta enormemente con las
mentiras y culpas de sus personajes, y eso se debe a que “Carnage” podría ser
analizada como una obra sobre la tortura en torno a la coexistencia entre
distintos puntos de vista.
Lo interesante es que cada uno de
los protagonistas del filme tiene más de una característica detestable: El
abogado exitoso que sólo tiene tiempo para la amoralidad de su trabajo, la
dueña de casa postergada y de grandes ideales que se alimentan de
contradicciones, el marido promedio que está cansado de su esposa y que sólo desea
vivir de la rutina, y, finalmente, una mujer profesional amargada que sólo
quiere que la escuchen y la tomen en cuenta. Todos estos personajes son la “fauna”
agridulce de “Carnage”, pero lo es también la complicidad del público, el que seguramente
se sentirá representado o avergonzado de las situaciones que se escenifican en
la pantalla.
Cuántas veces hemos considerado
estúpido o repelente los pensamientos de nuestra esposa o novia o en cuántos encuentros
sociales nos han catalogado como ególatras y superficiales. La verdad es que a
diario, ya sea por amor, respeto o reglas de educación, ignoramos dichos pensamientos.
Los asociamos a ideas fugaces que es mejor omitirlas por el bien común y por la
preservación de la condición gregaria que define a nuestro género. Lo cierto es
que todo tiene un límite y bien lo sabe Polanski, sobre todo al considerar que “Carnage”
no es más que una continuidad de las temáticas que ha abordado en casi todos sus
filmes, y que usualmente se asocian a la corrupción moral, al control y a las relaciones
de poder que persisten en el hombre.
Ver “Carnage” puede ser una
experiencia muy placentera porque vemos a dos hombres y a dos mujeres que dicen
lo que piensan o lo que tememos comentar para evitar el desprecio de los demás.
Obviamente las consecuencias son nefastas, pero en ningún caso podemos
ignorarlas porque limitan un síntoma de la sociedad contemporánea que es real y
que se vive en muchas familias. No es casual que el divorcio se ha posicionado
como una práctica o “salida” habitual a la intolerancia. Pero no todo es está
perdido. Al contrario, Polanski se las arregla para que al final de la historia
quienes originaron el conflicto retornen a una situación de equilibrio y de
amistad. Quizá es un mensaje sobre las cosas buenas que olvidamos una vez que
nos convertimos en adultos. “Carnage” es una pequeña obra, cuya simpleza la
hace más grande. Es una advertencia cómica sobre nuestras rabias y molestias, y
también de la dificultad inherente al diálogo en torno a cualquier discusión o
ideología. ¡Un filme imperdible, sobre todo al considerar la pobre calidad de la cartelera
local! Mención aparte merecen los actores, en especial Christoph Waltz, quienes
se lucen a través de sus personajes.
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