
Seis cosas hacen de esta película un clásico del cine: las buenas actuaciones; la dirección del inglés Carol Reed; la laberíntica fotografía en blanco y negro; el hecho de ser una de las primeras cintas que retratan con ironía la posguerra; la música proveniente de la cítara de Anton Karas y la aparición sardónica de Orson Welles en un portal oscuro. Con los citados elementos, El Tercer Hombre constituye una obra que destaca por su complejidad técnica y argumental. Detrás de la historia de Holly Martins, un escritor fracasado caracterizado por Joseph Cotten, hay una intuición sobre la tímida guerra fría de aquellos años. Los temas de la corrupción, el engaño, la negligencia militar y la migración de extranjeros a una tierra devastada, pero sin leyes, crean un universo fílmico claustrofóbico. La derruida Viena es un reflejo simbólico de la frágil moral ciudadana, en especial la del “tío Sam”.
Así, Reed plantea un largometraje discursivo retratado en las sombras de la noche.
Las calles esconden pasadizos y desagües que alguna vez sirvieron a la resistencia austriaca, pero que ahora son utilizados para el engaño y el refugio de pensamientos tan siniestros como el capitalismo y el comunismo. El filme juega con las falsas pistas y construye un rompecabezas similar al planteado en Ciudadano Kane (no es casualidad el personaje de Harry Lime, interpretado por Orson Welles, quien comparte el narcisismo y la búsqueda de poder de Charles Foster Kane). También se retrata la desorientación existencial de un antihéroe (Cotten), quien proyecta el punto de vista irónico sobre la ocupación británica y rusa. Todo se basa en la insinuación, la que a veces resulta ficticia, ya que la imagen juega con la excentricidad de sus protagonistas. Ningún punto de vista es 100% correcto, debido a que el encuadre estructura un mundo distorsionado que va en caída o en alza.
El Tercer Hombre es una farsa, ya que conduce su línea argumental por medio de las equivocaciones. El mundo europeo es siniestro y maligno, siendo la segunda guerra mundial el detonante que lo transforma en una sociedad residual, dispersa y confusa. Hasta los niños resultan ser depredadores en la oscuridad. Martins simboliza el arribo de la cultura estadounidense que viene a apropiarse de códigos intelectuales algo añejos y desfasados de la vida de Europa (ahora sumida en la corrupción).

Las calles esconden pasadizos y desagües que alguna vez sirvieron a la resistencia austriaca, pero que ahora son utilizados para el engaño y el refugio de pensamientos tan siniestros como el capitalismo y el comunismo. El filme juega con las falsas pistas y construye un rompecabezas similar al planteado en Ciudadano Kane (no es casualidad el personaje de Harry Lime, interpretado por Orson Welles, quien comparte el narcisismo y la búsqueda de poder de Charles Foster Kane). También se retrata la desorientación existencial de un antihéroe (Cotten), quien proyecta el punto de vista irónico sobre la ocupación británica y rusa. Todo se basa en la insinuación, la que a veces resulta ficticia, ya que la imagen juega con la excentricidad de sus protagonistas. Ningún punto de vista es 100% correcto, debido a que el encuadre estructura un mundo distorsionado que va en caída o en alza.

Carol Reed realizó otras cintas exitosas como ¡Oliver! y La Agonía y el Éxtasis, pero toda su grandiosidad estilística está esquematizada en El Tercer Hombre. La gran cantidad de matices narrativos hacen de esta obra uno de los mejores ejemplos de calidad visual en la historia del cine, aspecto que le otorga vigencia y frescura a un arte, a veces, saturado por los excesos efectistas del cine contemporáneo.
Título: "El Tercer Hombre" (The Third Man) / Año: 1949 / Director: Carol Reed / Intépretes: Joseph Cotten y Orson Welles.
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