Frank Capra fue uno de los directores que mejor supo plasmar en el celuloide los valores y el patriotismo de la sociedad norteamericana. Su filmografía se enmarca dentro del acérrimo espíritu cívico destinado a denunciar la corruptibilidad a manos de las cúpulas de poder. El universo capriano está caracterizado por los extremos. Hay protagonistas bonachones e inocentes, quienes son presa fácil tanto del sistema gubernamental como del empresarial. Estos tratan de subsistir en una sociedad plagada de “lobos” que acechan y que persiguen doblegar la voluntad de sus víctimas. Esta característica nos permite comprender la fijación de Capra por mostrar historias en que los principales perjudicados son hombres y mujeres de provincia, los que simbolizan el último bastión de rectitud y moralidad. Incluso, Capra fue más lejos al mostrar, en las décadas del `30 y del `40, el rumbo errado que siguieron los poderes fácticos, a la vez que la prensa aparecía como un medio al servicio de los más poderosos. El realizador de “Caballero Sin Espada” (1939) fue un pionero en el denominado “cine social” de la época dorada de Hollywood, aspecto que permitió un estilo cinematográfico más crítico, por tanto más analítico para los espectadores.
Hablar de Capra significa profundizar en los espacios recónditos de la psiquis patriotera estadounidense, pero la que corresponde a los discursos enaltecedores de los tiempos del presidente Lincon. El cineasta denunció la pérdida de los valores que sirvieron como base para la edificación de la nación norteamericana. Sus protagonistas asumen la voz y el clamor del pueblo, cuya honra suele ser su única defensa.
Hablar de Capra significa profundizar en los espacios recónditos de la psiquis patriotera estadounidense, pero la que corresponde a los discursos enaltecedores de los tiempos del presidente Lincon. El cineasta denunció la pérdida de los valores que sirvieron como base para la edificación de la nación norteamericana. Sus protagonistas asumen la voz y el clamor del pueblo, cuya honra suele ser su única defensa.

El estilo capriano siempre caracterizaba a las fuerzas antagónicas como personas obesas, arrugadas y decrépitas. A su vez, los héroes solían ser sujetos delgados y pobres. Esta esquematización, aunque un poco caricaturesca, simbolizaba la disparidad entre buenos y malos. La ruindad era mucho más abundante, mientras que la inocencia apenas se podía ver detrás de algunos ojos.
A nivel visual, el realizador de “Sucedió una Noche” (1934) privilegiaba los planos generales y los contrapicados. La finalidad estaba en situar al publico ante las relaciones jerarquizadas del poder. Estas marcaban la suerte de los discursos de los protagonistas. Sin embargo, persiste una visión a veces demasiado idealista en las obras de Capra. El bien siempre triunfaba, situación que para los espectadores de hoy puede resultar una total quimera. Cuesta creer que Capra mantuviera esta visión en casi en toda su filmografía, más aún cuando presenció los horrores de la Segunda Guerra Mundial durante su estadía en Europa al servicio del ejército norteamericano (en este periodo dirigió algunos de los más relevantes

Basta con ver la escena en que James Stewart -famoso por sus caracterizaciones de hombres íntegros y actor fetiche del realizador- habla sobre la justicia y los valores que fundaron la historia estadounidense ante el congreso, en Washington. Aquí se puede ver el sufrimiento, la valentía y la voluntad por ser noble, o sea, las mismas cualidades que Capra defendió, con mucha habilidad y cariño, en toda su vida.
1 comment:
Buen post sobre el maestro Capra.
Como buen amante del cine, le invito a pasarse por mi gabinete. Un saludo
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