
Dulce y triste Melinda
La vida se resume en una simbiosis entre tragedia y comedia. Los griegos lo sabían y el aplicado de Woody Allen también. La filmografía del director de “La Rosa Púrpura del Cairo” suele, en forma recurrente, deambular entre estos dos polos, donde el humor negro y altas dosis de intelectualidad se hacen presentes en su filmografía. En “Melinda y Melinda” repite la mezcla, pero tanto la tragedia como la comedia se alternan por medio de dos historias, cuyo centro es la misma mujer. Desde “Crímenes y Pecados” (1989) que Allen no estaba tan asertivo, gracioso y profundo. En la década de los noventa estrenó una serie de cintas, las que hicieron más noticia por sus célebres castings que por sus méritos narrativos, si bien los fanáticos del director de “Interiores” defendieron en forma incondicional películas como “Todos te dicen te quieren” o “La Mirada de los otros”. No era que aquellas cintas fuesen malas. Al contrario, eran bastante buenas, pero distaban mucho de “Annie Hall” o “Hannah y sus Hermanas”. Con su última película, Allen recupera su sitial y consigue comunicar los puntos de vista de un director que se acerca a los 70 años de edad. Además de ser uno de los pocos cineastas que han logrado conservar su independencia creativa, al margen de los intereses de los grandes estudios.
“Melinda y Melinda” es un filme bastante confesional. A través de un grupo de amigos, puntualmente bajo la perspectiva de un escritor de dramas y de otro dedicado a la comedia, surge la historia de una mujer que llega, en forma inesperada, a un departamento. A partir de aquel dato cada narrador, determinado por su propia perspectiva de la vida y de su experiencia sobre las relaciones humanas, comienza a hilar un relato sobre Melinda. Los dos personajes que cuentan la historia son el propio Allen, quien profundiza una vez más sobre tópicos tales como la sexualidad y el deseo por amar y ser amado. Todo adornado con sublimes imágenes de un Nueva York otoñal, lo que permite apreciar, comprender y justificar la devoción del director hacia esta ciudad.
Toda persona suele abordar de distinta forma su vida. Algunos hechos terminan siendo juzgados como un episodio hilarante, mientras que otros colindan con el dolor y la desesperanza. Para Allen la ironía de la vida está en que hasta los hechos más oscuros y tristes pueden sacar una sonrisa, pero también detrás de toda carcajada se esconde el rostro rutilante de la fatalidad y la congoja. Melinda representa esos dos mundos. El personaje interpretado por Radha Mitchell -una de las actrices más prometedoras que se han visto en el celuloide en los últimos años- se divide en una historia romántica enmarcada en una comedia de equivocaciones, la que recuerda el sabor y la liviandad de cintas como “Cuando Harry Conoció a Sally”. En forma paralela, Mitchell asume la vida de otra Melinda, más seria, fumadora y obsesiva, la que sirve como vitrina para la inestabilidad propia de la condición humana. Sin embargo, Allen se las ingenia para que tanto una historia como la otra no sean tan dramática y tan trágica como se espera, sino que juega con distintas dosis de dichos elementos. En “Melinda y Melinda” cohabitan variados afectos y defectos, que por más carga intelectual que acostumbra imprimir Allen a sus filmes, demuestran la extrañeza de la sociabilidad y de la individualidad de los espectadores frente a la pantalla.
En “Melinda y Melinda” el diálogo vuelve a ser uno de los elementos esenciales. Allen se apoya y se mimetiza en éste para contar sus fábulas. Los momentos en que los personajes hablan, por lo general, son los más divertidos y los más dramáticos. Las palabras del director de “Manhattan” son tan simbólicas como el cine de Bergman (su cineasta favorito), aunque se preocupe menos de lo visual, porque las escenas “parlantes” de la Melinda trágica y las de la Melinda encantadora son las que provocan más significado, pena y alegría en el espectador.
Título: Melinda y Melinda (Melinda and Melinda) / Año: 2004 / Director: Woody Allen / Intérpretes: Radha Mitchell, Will Ferrel, Jonny Lee Miller, Amanda Peet y Chloë Sevigny.
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